lunes, 15 de abril de 2013

Eso que llamamos militancia


Yo, apoyando la espalda contra la pared, en el piso, estirando un poco las piernas, cansado, ojeras, viernes, con un vasito de café en una mano, con otra removía los dos sobres de azúcar que le había puesto. Hola, cómo estás, tus cosas, qué estás cursando, sí, esto, que esta profesora no, que fijate con Otero, que Oliver, que yo estuve tres años sin cursar, y la pregunta, por qué. No, estuve militando ciento por ciento, me designaron en la quinta sección y trabajé ahí, militando. De golpe, me pongo a pensar que hice en estos tres años, enumero en una lista imaginaria, mental: me recibí, escribí la tesis en tres zarpados meses que ni los recuerdo, formé pareja, peleé, volví, viajé lo que pude, seguí estudiando, puteé por San Lorenzo, no nos fuimos a la B, no me echaron del laburo, me enojo conmigo, mucho, a veces aflojo, fue un reflejo, un decálogo de ideas que me atravesaban mientras la charla avanzaba hacia otros destinos. Pero recordaba lo que él me dijo después de la palabra militar, mirá Adri yo vuelvo a cursar porque necesito terminar la carrera, es por mí.  Y no está mal, hay un instinto de supervivencia, egoísta ponele, pero genuino a lo humano, todos queremos cumplir sueños y son propios. ¿Quién te lo puede discutir?

Jodida la militancia 24/7, asfixiante como cada vez que me pongo corbata, siento que me atrapa la nuez y giro la cabeza de izquierda a derecha y viceversa para que afloje esa sensación de ahogo, de manos en la garganta, nací con doble cordón y el cuerpo tiene memoria, amigos. Una polera la soporto unas horas, nada más. Lo hablo desde el descreimiento, la desazón por los sueños de la profesión, destruida, insultada, peor aún, desangelada, poniendo los pies en una vereda rota, hecha mierda, con baldosas que al pisar expulsan suciedad. Pero no me pongo rencoroso, les juro, hay que soportarse el estoicismo de la libertad poniendo el pecho, no andar titubeando. Por eso no voy a callar cuando digan que a la militancia no se la puede discutir porque atacan a mi propia libertad de pensamiento y eso no se lo voy a permitir a nadie. Y no en aras de ponerme en compadrito, facón en mano, sino por la razón justa y sencilla de voltear los conceptos que supuestamente debemos compartir todos y pobre de aquél que digne hacer alguna pregunta incómoda o pegarle una patada a los conceptos hechos. Algunos lo hemos sufrido en carne propia, el señalamiento, el dedito en alza, el interrumpir las clases, que compañero la unión hace la fuerza, que los atropellos del rector, que esto es insostenible, que los necesitamos compañeros, que detrás de todo, los mismos veinte ocupan la asamblea que de democrática tiene lo que yo de Jude Law en Alfie. Un saludo para Jude, mucha facha, chabón. Vos ibas, aguantabas, mirabas el reloj, esperabas la votación que nunca llegaba, te ibas, porque uno tiene vida propia, porque tengo que esperar el colectivo, porque no vivo a la vuelta y ahí sí, con tu partida cansada, aflora el clan purificado que da rienda suelta a la fiesta de la democracia. Una sarta de eslóganes para no cambiar nada, porque en el fondo tampoco lo desean, les das el poder y salen corriendo desesperados por la calle, otra que la maratón de San Silvestre, quieren seguir como están, ser esa militancia burocrática que trabaja de eso: de cansar al resto que por propia acción de la naturaleza irán renovándose, muchos expulsados, algunos, los menos, recibidos,  sí, tenías razón Chiqui Legrand, entonces siempre hay tarea por desarrollar, venderte una revistita, darte volantes en blanco y negro, hacer un monopolio de las fotocopias, decir el sermón diario; es fácil reírnos de los Testigos de Jehová, golpeando puertas, esa sonrisa estándar, las chicas feas, celulíticas, muy fuleras, los chicos con traje, impolutos, cagados de calor por dentro, pensá un enero en Mataderos, por Alberdi, dos de la tarde, y ellos en la calle, diciéndose en silencio a quién vamos a convencer con este puto calor, pero ahí están sostenidos, molestan sí pero tienen la facultad del decoro, hermosa cualidad, el mundo sería más bello con decoro, cómo no. Peor es perseguir a una chica por media cuadra desde Rivadavia y Entre Ríos con revistas en manos y la chica diciendo no, no, me tengo que ir a la facultad, no, te agradezco, me tengo que ir, no llego, no, no, gracias y la insistencia, que el gobierno kirchnerista, que Macri, que el imperialismo, que Obama, todo para que la solución sea el Partido Obrero. Pero boludo la mina se tiene que ir, debe resolver cosas más importantes que escucharte, tal vez la espera un amante, novio, casado para coger, no la jodas, no limosneen migajas ideológicas, tomá un minuto de caballerosidad, no vale atormentar en esto, verlos allí en la esquina mirando cuál será la próxima víctima, y sí, te volvés atrás y agarrás otra calle o me vuelvo a mi casa, mejor, me vuelvo. Generan espanto, el “uy, éstos otra vez”, si la gente pensara eso de mí no saldría por meses del departamento de mi terapeuta. Dignidad, viejo.

Y los veo como soldaditos, pecheras en mano, y el verso de la organización, qué usamos esto para la eficacia de los procedimiento, para ayudar a los más desposeídos, el bla, bla, bla, todo un aprovechamiento político de la desgracia ajena, de los muertos ahogados, electrocutados, fríos, duros, pero siempre algún voto podemos rescatar hasta en tiempos de tragedia. Dale que va. De los machitos de turno que se plantan a la cámara como guapos, pero que bien sabemos que solitos, mano a mano, ni a regañadientes van a bancar dos minutos, tres como mucho. Nosotros esperamos, mientras, calmos, seguros, esperamos. Estamos cansados, porque hay buena fe en los chicos, forman sentido a su manera, lo expresan, serán ampulosos en los gestos, todos los fuimos, contemplan una realidad a determinada edad, que se reformulará con el tiempo pero no queremos que sean aprovechados como mano de obra barata sino como un factor de crítica y nuevos paradigmas, la juventud es eso. No berreteadas.

Esto no es una oda al individualismo, no nos corran con los noventa, por favor, estaba en la primaria, comprando caramelos y naranjú que valían diez centavos en el kiosco del Luján Porteño, mi único deseo era jugar al Sega y que se hicieran las seis de la tarde para el café con leche de mi vieja. Nada más. No fui cómplice, tengo testigos. Quizás pintamos un escenario utópico pero quisiéramos una militancia activa, que pregunte, pregunte, cuestione, que no sea un público de fútbol, porque a la política no se la banca con trapos, cantos o tatuajes porque en ese tren entra la irracionalidad, yo a San Lorenzo le puedo soportar todo, que me falle, que juegue horrible, qué se yo, tantas cosas, pero lo amo y punto, no se discute más, pero a un partido político, proyecto, lo que sea, pondría mis reparos, no iría tan míope a donar mis palmas a algo que puede transformarse en el tiempo, me cuidaría, por cuidarme las espaldas, para resguardarme en tiempo futuro de no haberme mandado ninguna cagada, porque está bueno mirar a la cara y más si tenés pibes y no deber nada, que los chicos tengan orgullo por vos es un lindo placer. Ir ciego a ningún lado maestro, se me representa el espíritu de Maradona con esa frase, “no, maestro, lástima no se le tiene a nadie”. Esto sería algo similar. Yo milito con la escritura, en leer este texto infinidad de veces, en decidir qué palabra uso y cuál no, qué recurso puedo implementar para sacudirte más la cabeza, uno milita en eso, cree fervientemente en la libertad expresiva para transformar en palabras lo que corre en cada milímetro de fibra, que me hace expulsarlo, contradictorio, progresista, conservador, variable. Nada es tan grave si se puede hablar o escribir, ¿no? En plasmar opiniones que quizás no estés de acuerdo o sí, pero nunca callándonos, yendo por más, porque queremos vivir mejor, ver a nuestro alrededor situaciones agraciadas, sueños que se cumplen y no que se arruinan en un puñado de segundos. Cada cosa que hacemos es por este noble objetivo y no esperar a que nos digiten la vida. Qué derecho tienen para hacernos este daño.

lunes, 1 de abril de 2013

1000 caracteres


Movió la cabeza con suma lentitud, sonriendo y transpirando. Martín pegado al celular había avanzado un nivel, un juego de dos tipos que manta en mano debían empujar a una chica que saltaba desde una tarima y rebotar contra manzanas, peras y bananas y así sumar puntos. Desde hace tiempo aguardaba superar el anteúltimo nivel, tiempo desperdiciado en subtes, en la línea B, colectivos, fija la vista en la pantallita, esperando a llegar a los 3000 puntos deseados. No lo conseguía hasta ese break en la oficina, en este marzo húmedo, pleno microcentro, las ventanas abiertas hasta un tope, su compañera Mariana leyendo Twitter, la oficina con papeles, biblioratos, carpetas abiertas, martes a la tarde, oficina pública, no mucho más que hacer. Mariana tiene días, a veces que se viste como una princesa, pintada, ropa piola, moderna, los labios gruesos, buenas piernas, imaginamos buen culo, otras que se pone lo primero que ve, algo paradójico arranca la semana vistiéndose bien y ya llegando al jueves y viernes decae abruptamente. Hasta llegó a venir con jogging. Será el cansancio, el trajinar de los días que le genera esto, nunca se lo preguntó. Mariana sale con un tipo casado, de buen pasar, le banca el departamento, dos ambientes, bonito, Coghlan, pero se sabe, el tipo no se va a separar, promete, promete, una generalidad pero Mariana anda por los treintipico, le afloró el instinto de maternidad, lo niega en conversaciones pero anda subiendo fotos de bebés al Facebook, las amigas se van a vivir en pareja, plaf, de golpe hijos, y todos queremos ser distintos a la mayoría, pero en el fondo somos gente de comunidad y necesitamos las mismas características, hablar de idénticos problemas boludos. A Martín le pasó lo mismo, por eso la comprende aunque la relación con Laura ya no es la misma, nunca fue la gran cosa, después de cinco años menos. Disfruta como nunca cuando se duerme y puede engancharse con alguna peli en el cable. El otro día vio “El luchador” con Micky Rourke y se quedó hasta las tres de la mañana. Ama el cine, su única válvula de escape en su vida, además de su hija. No para de ver “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”, la tiene en DVD, siempre en un tiempo libre la ve, al menos un rato, hasta se ha masturbado pensando en Kate Winslet, pintada de azul, qué importa. Es su fetiche esa película. Le gusta Mariana, su vestir racional e inexplicable, su olor a café, sus manos, tal vez el encierro de ocho horas en esa oficina, tal vez la idea de imaginarse otra vida, otra mina acostada en su cama, pero también por dentro piensa que Mariana es un quilombo caminando, que él está casado, ella cómoda con la guita del casado pero sí, Martín, un polvo, algo distinto. Desterró el sueño del yate rodeado de putas, el recibo a fin de meses lo volvía a la realidad. Lo que sí es que había algo que unía a Martín con Mariana, eran dos bombas a punto de explotar, volcanes ahí de la erupción, cada uno con distintos motivos pero un mismo fin. Mariana no aflojaba con Twitter, Martín se había hecho una cuenta, no le interesaban las redes sociales, pero de vez en cuando revisaba su cuenta para saber que ponía, links de música, chistes internos con otras amigas, y muchas fotos de bebé, y respuestas con corazones, hermoso, divino, potro, potra, mi vida, mi amor, y todo eso que le suelen poner a los bebés por más que ellos no sepan leerlo. Martín admite para dentro que la paternidad no le trajo mayor clemencia a esos dichos pero también entendió que la crianza no es tan fácil y que cada uno la lleva como puede. Es un retrato de la vida. Ya superado el nivel, volvió a la pantalla principal del celular, la alegría que lo embargaba no debía decantarse con una desilusión al ingresar en el último y nuevo nivel. La felicidad hay que disfrutarla, darle su tiempo a que madure. Mariana seguía en el Twitter, en el escritorio fotos de vacaciones, Brasil, Córdoba, las mismas amigas, algunas más jóvenes, otras más cercanas. Al costado los restos de ravioles con pollo en ese plato de plástico más una botellita de agua saborizada. De golpe, Mariana alejó su mirada de la pantalla y lo miró:

-          ¿Qué me mirás nene?
-          No, nada, no parás con el Twitter, vos
-          Y sí, si no pasa nada acá y están a full con un hashtag de mejores insultos, no paro de leerlo.
-          ¿Qué es hashtag?
-          No entendés nada, Marti.

Lo llamaba siempre así, Marti, la oficina de ellos dos, esos cubículos, la del jefe, ahora de vacaciones, más atrás. Mariana siguió con Twitter. Martín decidió estirar las piernas en otra silla y reclinar la cabeza, no tratar de pensar tanto la rutina, que en un rato tenía que pasar a buscar a Lu al jardín, de volver a casa, de volver a lo mismo. Volvió a soñar con la lancha, el yate, las putas, pensarla a Mariana dentro del grupo, verla en bikini, en cuatro, confirmar si tenía el buen culo que pensaba, mientras la otra seguía twitteando. Esa sensación de mitad de camino, sin fortaleza para cambiar el rumbo, ni ganas de llegar a nuevos destinos, tampoco de retornar con fuerza al inicio. Esos pequeños espacios temporales hacían surgir en Martín este tipo de reflexiones, casi siempre la realidad lo volvía a foja cero, a volver a pensar lo mismo y así sucesivamente, sin más respuestas. Lo difícil de moverse desde una falsa comodidad, un instinto de conservación irreal, anodino. Serán mesetas eternas, estar en la mitad de la u, nunca llegar más alto. Salió de la oficina, avisó a Laura que estaba metidísimo de trabajo, que vaya a buscar a la nena, que iba a llegar más tarde. Se fue con Mariana a un bar de la calle Reconquista. Por primera vez le hizo caso a los consejos mentales. 

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