domingo, 27 de octubre de 2013

Infancia

Cómo quiero a mi infancia. Lo supe, lo sabía desde hace tiempo. Me recuerdo a esos días soleados en Palomar, celestes, tan celestes, el sol, el no saber qué hora era, sentir la libertad propia de la niñez, de la buena niñez. El viento, los árboles moviéndose, tener figuritas de ALF en las manos chiquitas, creo que era un jueves. Ésa imagen irrumpe, como si el tiempo se detuviera.  El olor a asado los fines de semana, mi padrino subiéndose con un vaso de champagne para pintar el techo, los Mirage que pasaban y eran como si llegaran extraterrestres. Mis extraterrestres, ése barrio se conectaba y a su vez estaba aislado, no tenía necesidad ver ni salir a otro lado. Lo que me hacía falta lo tenía. Los abuelos esperando el 182 para ir a Flores, en una esquina soleada frente a una despensa, a metros de la capilla que representaban imágenes de los caídos en Malvinas. Lo supe después. No formaban parte de mi tiempo y espacio. El triciclo, el pasar del comedor a la cocina, de ahí a la habitación de mis viejos, a la mía, salir al patio. Llegar al Taunus, al patio, las flores, el alambrado hecho de plantas, la calle vacía al más allá. La pileta, los chicos reunidos esperando que papá la llenara, con las mallitas y el toallón. Mi timidez, tan visible. Era muy tímido pero muy feliz. Son tiempos que los llevo conmigo, que tristemente en determinas situaciones no me vienen a la memoria pero que golpean en tu estructura, llamadores, claman para no esperar. Salir del jardín de la mano de mamá, dos cuadras, la calle Sabat, mirándola de arriba, los pantaloncitos y buzos celestes, las zapatillas blancas, muy rubio, verlo todo desde abajo, de una magnitud semejante. Lo viví tiempo después cuando ya grande entré a votar a mi aula de primaria, de primer grado. Todo tan chiquito y a mí que me resultaba gigante. Ir de la mano de mamá, recordar a papá sangrando y golpes en la cabeza, brazos, pecho, porque el avión que se había ido a espiar a Malvinas no llegó de la mejor manera. Una tormenta que casi no les hizo contar el cuento. No sería la última vez. Que compañeros internados, que uno se fracturó la tibia y peroné en siete partes, el abrazo de papá, todo una irrealidad. El cuadro dibujado del avión y ellos arriba, una caricatura, que me causaba tanta gracia, divertida, llamativa para un nene de cuatro años. Contagiarme de varicela, granitos por todos lados, sacarme el guardapolvo celeste, la corbatita diciendo Adrián. Es mi pasado y orgulloso de haber formado parte, siento, pienso, con la sana perspectiva del tiempo. 

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