Avanzar en la ruta, el
camino despejado, el viento que recorre cada parte de la boca, nariz, orejas, el
pelo inmanejable, que va y vuelve, que se renueva, agiganta y achica, la mirada
perdida en un desierto homogéneo, trasladándose a idéntica velocidad y brinda siempre
la misma imagen. La mano sobre el soporte de la ventanilla, los ojos
cerrándose, casi dormitando. Recuerdo hace varios años la sensación de placer
que me generaba la ruta oscura y las luces a varios kilómetros, ese proceso de ir
acercándose, descubrir la proximidad de un pueblo, contemplar los focos y todo
lo que representaba: un pueblo, varias historias, sus héroes, muertos,
miserias, grandezas, vivencias, ese segmento alejado de la humanidad, pueblo,
pampa, pueblo, pampa. Las casas perdidas en las rutas, inhóspitas, cercenadas
ante tanta inmensidad, ellas solas, preguntarse si habría gente viviendo ahí,
cómo se podría vivir así, sin un hospital o negocios cerca, ¿agua potable?,
televisión por cable, Internet, wifi, todas preguntas de porteño medio
ignorante que piensa sólo en su propio ombligo. Uno cambia con el tiempo, deja
de ser correntada verbal, física o sexual, se torna más selectivo, no
conservador, aclaro, sino que sabe lo que le gusta y lo que no, culminó el
período experimental. Me acuerdo en la
Costa cuando llegaba a Miramar, pasar por Mar del Plata, el
olor del puerto, Chapadmalal, a la izquierda el mar, la ruta, las luces de
Miramar, la ciudad de los niños, nunca entendí tampoco la razón de ese
apropiamiento, acaso les preguntaron a los niños si esa ciudad era la que
adoptaban como propia. Esto, tan argentino. El viajar es un período iniciático,
una búsqueda a lo desconocido, lógico saliendo de la General Paz para el exterior,
cuando las formas tienen sentido efectivo, donde prevalece un aire distinto,
más fuerte, menos caótico. No sé si más fidedigno, tal vez sin tanta
contaminación en las fibras, algo más
austero. ¿Lo auténtico tiene que ver con lo austero? me pregunté varias veces y
nunca tuve una respuesta firme al respecto. El camino brinda sensación de
libertad, de angostes, de una mirada que no se acorrala, al contrario,
multiplica las retinas y los sentidos. El olor a pasto, el silencio absoluto
perturbado por el motor, después el mp3 que revienta con Clash, Ramones,
Wailers, que llena de cadencia cada partícula, el bolso, tu ropa, uno se lleva
consigo mismo en un viaje, la compañía ocasional, todo forma parte del
inventario.
Con V de Vélez
Hace 1 semana