Instrucciones para ser director técnico

El manejo de grupos aparece como un eslabón fundamental en el proceso de encauzar cualquier equipo profesional de fútbol. Más allá de las tácticas, sistemas, jugadas preparadas y la mar en coche, el cómo saber dirigirse a un conglomerado de futbolistas aparece como el escollo más importante que debe soportar un entrenador. Excepciones siempre las habrá. Un caso paradigmático resulta el de Carlos Bianchi, un técnico con las cualidades suficientes siempre estrechas hacia el respeto a sus jugadores, donde se igualaba a todos y se plasmaba esa sensación de que los suplentes mantenían la misma rigurosidad por el trabajo que los titulares. Sabemos bien que es un cliché esa falsa noción que determina que en un plantel no hay titulares ni suplentes. Desde el primer momento, cualquier cuerpo técnico determina sus gustos futbolísticos y en esa lista entrarán algunos y otros no estarán en los planes. Así fue siempre.

Sin embargo, mantener una homogeneidad en el sentimiento de progresar y lograr objetivos a corto y mediano plazo se constituye en una ardua tarea, cuestión que pocos pueden resolverlo. Otro ejemplo válido es el del chileno Pellegrini, quien más allá de algunas desavenencias con Ángel Comizzo (durante su época en River) y Juan Román Riquelme en España, continuamente fue elogiado por ex dirigidos suyos en que era un verdadero conductor de grupos y que ejercía su liderazgo no sólo desde las ideas a llevarse a cabo en el campo de juego sino que mostraba otra clase de actitudes, diferentes en un mundo tan hostil como lo es el del fútbol. En San Lorenzo, antes de disputar la final de ida de la Copa Mercosur ante Brasil, dialogó a solas durante 30 minutos con Lucas Pusineri para explicarle las distintas causas que lo llevaban a suplantarlo por Guillermo Franco. En esos gestos, los jugadores, que además son personas, vale aclararlo, encuentran la contención necesaria en un contexto de alta competencia pura.

Esta extensa introducción viene a colación por ciertas situaciones que se fueron plasmando en los últimos tiempos, donde por nombrar uno, hasta el presidente de Racing, Rodolfo Molina, admitió que el ya cesanteado Llop no mantenía buenas relaciones con el plantel profesional, el cual se quejaba continuamente y a veces de forma muy expresiva ante la multitud de cámaras que posan en el verde césped de que se sentían incómodos por los innumerables ademanes que propinaba el Chocho ante un error de sus propios futbolistas. No obstante, este fenómeno relativamente nuevo de que los jugadores se muestren contrariados por las decisiones que toman los técnicos ha llegado a diferentes lugares. Ni más decirlo desde la otra vereda. En Independiente, varias voces promulgan una idea que tiene sustento por lo ocurrido con la Selección Nacional: que Santoro no reúne el target necesario debido a su prolongada edad para manejar a un grupo de jóvenes que oscila entre los 19 y 25 años. Que los mismos futbolistas lo ven como un tipo grande que no tiene la llegada suficiente en el seno del plantel. Algo de esto ocurrió, porque a partir de este campeonato a Pepé lo acompañan Gerardo Reinoso y Fernando Cáceres, hombres del riñón del Rojo con una experiencia más cercana a la actualidad y que cuentan con un lenguaje más próximo hacia los futbolistas. Cité el caso de la selección donde también tras la salida de Alfio Basile de la misma, algunos remarcaron con fuerza que no existía el diálogo fluido necesario entre el Coco y sus llamados players y que el entrenador, siempre ligados a los códigos, el café y los amigos, no entendía cómo varios del seleccionado se pasaban horas y horas en la PlayStation mascullando brevísimas palabras. Son otras épocas. Posiblemente y repitiendo los casos de Santoro y Basile, ellos deberán aggiornarse hacia esta nueva clase de jugadores, proclives al raid mediático y con poco apego a la unión grupal, facilitando básicamente al individualismo.

No hay recetas mágicas y cada técnico posee su manual para saber cómo llegar a sus dirigidos. Algunos tendrán éxito en ese dificultoso camino y otros no tanto. Sin embargo, esta prominente generación de futbolistas destierra la idea de que los trapitos sucios se lavan dentro del vestuario. Su malestar no se encerrará en cuatro paredes. Todo, pero todo, llegará a los medios. Y ahí será irreversible...