sábado, 6 de octubre de 2012

Ausencia


La muerte es irremediable, no tiene vuelta atrás. El hecho en sí conmueve, repercute al exterior, en la conformación de sus fibras, más aún si el protagonista es público, si con sólo nombrarlo el destinatario imagina su figura, erguida, sonriente, lidiando con el bastón y la banda presidencial, en aquellos tiempos de la Argentina, fracturada, con las heridas visibles, tan visibles, una Argentina putrefacta de desaparecidos, dolor, preguntas y una palabra no tan conocida en el vocabulario colectivo: democracia. Ésos ´80, en una ilusión genuina, en aquellos jóvenes creyentes que con la democracia todo se podía hacer, como una heroína dispuesta a cumplir con éxito cualquier aventura sin importarle el enemigo de turno, el más conocido agazapado en los cuarteles. Que ella, valiente, corajuda, escribiría sobre el final las páginas ganadoras. El dolor que se observa en hombres y mujeres, que superan los 40 años, que caminan alrededor del Congreso que guarda los restos del ex presidente, que se secan con pañuelos sus lágrimas, abrazan a sus pares, que saben, perfectamente, que con la partida de aquél hombre, también se muere la ilusión, la primavera que nunca llegó a florecer en plenitud, que quedó a la mitad del camino, como un Dolores a Mar del Plata, como un espejo triste, deformante del ser argentino. Hay personas que reflejan cabalmente un momento histórico, la crisis posterior sucedida en 2001 no podrá comprenderse históricamente sin el gobierno de Néstor Kirchner, la Historia (sí, con mayúscula, como ciencia) debe asimilarse como una articulación de coyuntura permanente, de hechos que suceden, suceden y suceden y coloca a figuras como estandartes de ese proceso, que, como bien detalla la historia argentina, no está exenta de violencia, pujas y tensión, todas en similares dosis, un brebaje con olor a tango y dulce de leche. Se repite la historia, no es un cliché al pasar, se repite y a veces no nos damos cuenta. En las banderas rojas y blancas, en algunas salteadas boinas blancas, en los gritos vivando su apellido, atronadores, salidos de gargantas rojas y angustiosas cuando el ataúd lleno de flores y la bandera argentina recorre la avenida Callao, en el llanto de un chico que no supera los 20 años, cargando su mochila de Green Day, con su cara congestionada, con un amor referencial que por cuestiones cronológicas se depositan en su ADN. En un olor a naftalina, como si el barrio de Congreso se destiñera, la plaza estuviese con ráfagas de blanco y negro, como si la realidad nos ubicara en otro tiempo, tal vez, para mucho de los presentes, el tiempo del que nunca, a pesar de todo, habrían permitido que pase, darían años de sus propias vidas para que ese 1983 se mantenga eterno, o quién dice retroceder y modificar las cosas mal hechas, reforzar lo bueno, exigir más Justicia, llenar las partes del rompecabezas que faltaban y que el tiempo, bien diablo, logró destruir sin preámbulo. Casual o casual, amigo lector, lo mismo que recitaba Alfonsín.

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