La muerte es irremediable, no tiene vuelta atrás. El hecho en sí
conmueve, repercute al exterior, en la conformación de sus fibras, más aún si
el protagonista es público, si con sólo nombrarlo el destinatario imagina su
figura, erguida, sonriente, lidiando con el bastón y la banda presidencial, en
aquellos tiempos de la Argentina, fracturada, con las heridas visibles, tan
visibles, una Argentina putrefacta de desaparecidos, dolor, preguntas y una
palabra no tan conocida en el vocabulario colectivo: democracia. Ésos ´80, en
una ilusión genuina, en aquellos jóvenes creyentes que con la democracia
todo se podía hacer, como una heroína dispuesta a cumplir con éxito cualquier
aventura sin importarle el enemigo de turno, el más conocido agazapado en los cuarteles.
Que ella, valiente, corajuda, escribiría sobre el final las páginas ganadoras.
El dolor que se observa en hombres y mujeres, que superan los 40 años, que
caminan alrededor del Congreso que guarda los restos del ex presidente, que se
secan con pañuelos sus lágrimas, abrazan a sus pares, que saben, perfectamente,
que con la partida de aquél hombre, también se muere la ilusión, la primavera
que nunca llegó a florecer en plenitud, que quedó a la mitad del camino, como
un Dolores a Mar del Plata, como un espejo triste, deformante del ser
argentino. Hay personas que reflejan cabalmente un momento histórico, la crisis
posterior sucedida en 2001 no podrá comprenderse históricamente sin el gobierno
de Néstor Kirchner, la Historia (sí, con mayúscula, como ciencia) debe
asimilarse como una articulación de coyuntura permanente, de hechos que
suceden, suceden y suceden y coloca a figuras como estandartes de ese proceso,
que, como bien detalla la historia argentina, no está exenta de violencia,
pujas y tensión, todas en similares dosis, un brebaje con olor a tango y dulce
de leche. Se repite la historia, no es un cliché al pasar, se repite y a
veces no nos damos cuenta. En las banderas rojas y blancas, en algunas
salteadas boinas blancas, en los gritos vivando su apellido, atronadores,
salidos de gargantas rojas y angustiosas cuando el ataúd lleno de flores y la bandera
argentina recorre la avenida Callao, en el llanto de un chico que no supera los
20 años, cargando su mochila de Green Day, con su cara congestionada, con un
amor referencial que por cuestiones cronológicas se depositan en su ADN. En un
olor a naftalina, como si el barrio de Congreso se destiñera, la plaza
estuviese con ráfagas de blanco y negro, como si la realidad nos ubicara en
otro tiempo, tal vez, para mucho de los presentes, el tiempo del que nunca, a
pesar de todo, habrían permitido que pase, darían años de sus propias vidas
para que ese 1983 se mantenga eterno, o quién dice retroceder y modificar las
cosas mal hechas, reforzar lo bueno, exigir
más Justicia, llenar las partes del rompecabezas que faltaban y que el tiempo,
bien diablo, logró destruir sin preámbulo. Casual o casual, amigo lector,
lo mismo que recitaba Alfonsín.
Huracán y sus homónimos argentinos
Hace 3 semanas
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