Los recuerdos se
entrecruzan, van, vienen, Nicolás sale del trabajo, cruza la calle y se pone
los auriculares, después de tanto acorde desajustado necesita armonía, un
sonido desapegado a lo que adquirió su oído en todo este tiempo. Ése tiempo
olvidable. La música como estabilizador, una balanza en constante equilibrio,
que no se va para un lado ni para el otro, oscilante para aquí y para allá,
como en una sucesión adormecedora. Una hamaca paraguaya, ponele, como ésa que
usó esos días en el Delta, el verano de hace un par de años, flotando entre la
naturaleza. En el caminar, en el pisar el suelo repasa los hechos que lo ataron
a esa realidad, el por qué tomó estas decisiones, en qué momento estaba para
hacer lo que hizo. La pregunta lo dignifica, tiene la valía de hacérsela, otros,
pensó, ni empiezan por ese proceso, no les interesan, siguen atados a esa
proporción mediocre de juntar las cositas, aferrarse a lo material, a un
puchito de guita, a la queja sobre el exterior, siempre culpable de todo,
también se acuerda de su viejo que le decía que la mortaja no tiene bolsillos.
Cuánta razón tenías viejo, piensa. Muy pocos hacen lo que desean en el momento
justo, la ausencia de inconsciencia imposibilita cualquier arraigo personal que
salga fulgurante a la palestra. Olvidate que suceda eso, qué mundo de mierda,
qué personas de mierda somos, andamos desaprovechando potencialidades en lo
banal, en el expediente que nada va a cambiar, en las discusiones absurdas que
no construyen ni una pared de ladrillos de medio centímetro. Y va, sube por
Rivadavia observa todos los carteles de publicidad, los más llamativos, los
papeles pegados en los escasos teléfonos públicos ofreciendo sexo, todo una
mercancía al alcance, hasta vos, porque sí, porque vos más barato o más caro
también tenés un precio, pasa por Primera Junta, recorre los puestitos de
libros, se imagina trabajando ahí leyendo todo como un enfermo que poca bola le
daría a los clientes y trataría de levantarse a cualquier pendeja que
apareciera, demostrar la seducción desde lo intelectual, el combo perfecto,
llega a Flores ve cómo los autos se amontonan, que la circulación se convirtió
en ida y vuelta, que los autos siguen, doblan, como la vida es también un poco
de esto, a veces seguir, frenar, doblar o irse de frente contra un árbol. En la
bolsa de posibilidades encontramos todo, infinitas combinaciones de la
existencia, que debe entenderse como libertad o nada, no pueden ni debe haber
puntos intermedios en esta dicotomía. O sos o no sos, no le demos más vueltas. Entendió
el mensaje, no podía más tolerar que le digitaran la vida, que enhebrara con
culpa cada una de las acciones, ya no quería volver a atormentarse. El de
atormentar es un acto aberrante si se ejecuta desde tal sujeto a otro, pero
mucho más aberrante y complejo es hacérselo a uno mismo, tiene otra connotación
más sádica, más jodida en solución. Sintió
el viento en la cara, resopló y descontaminó su cuerpo, aspiró nuevas energías
aunque supiera que se le acabarían enseguida, como un artefacto sin baterías,
que daba lo que podía, que era hora de reinventarse, como sea.
Huracán y sus homónimos argentinos
Hace 3 semanas
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