Cuarteto

Intratable. Es la primera palabra que me surgió tras observar la paliza propinada por el mallorquín Rafael Nadal en la final de hoy ante Roger Federer en Roland Garros. El dos del mundo borró de la cancha al suizo con parciales inapelables: 6-1, 6-3 y 6-0, tras una hora y 48 minutos. Ni transpiró el español para llevarse la victoria que le permitió mantener el invicto en el Grand Slam francés (28 encuentros) e igualar con cuatro títulos consecutivos al sueco Bjorn Borg, quien se coronó entre 1978 y 1981.

Este es el cuarto título de la temporada para el tenista español, después de los logrados en Montecarlo, Barcelona y Hamburgo, todos sobre polvo de ladrillo, y el 27 de su carrera. “Estoy muy feliz por la victoria, jugué un partido casi perfecto”, aseguró Nadal antes de recibir el trofeo.

Rafa es sinónimo de polvo de ladrillo. Nadie puede con él, donde para conseguir el certamen parisino no le pudieron arrebatar ni un sólo set, algo que no ocurría hace 28 años. Increíble pero real. Hasta a esa magnitud llega. Del partido muy poco se puede hablar, ya que el de Manacor mostró un nivel insuperable en todas las facetas de su juego y no le dejó ni un mínimo de chance a Federer, quien vio escapar nuevamente la posibilidad de lograr el único torneo que le falta.

Nadal dijo nuevamente presente en París y se está convirtiendo en uno de los mejores deportistas españoles en toda la historia. En los albores de los 22 años, este mallorquín sigue escribiendo de puño y letra las páginas más gloriosas del tenis. Y lo que falta...