De un amor profundo a una camiseta, a esos colores que uno siente como propios. En el amor, siempre encontramos una cuota de agradecimientos: por lo que fuimos, por cuándo estuvimos plenos de felicidad, por lo que somos, que básicamente es la construcción prolongada de aquél lejano al cual pertenecimos corporalmente. Guillermo retorna a Gimnasia por un acto de amor. Es genuino, pone la cara, sacá la manta que tapa el bronce conseguido en anteriores batallas para jugársela por el club que lo convirtió en quién es.
En tiempos en que la palabra agradecimiento no corre en el vocabulario del fútbol argentino, lo de Guillermo navega por otras corrientes. La del respeto, la de decir "aquí estoy". Habla de la capacidad intelectual que siempre vertió desde que surgió en Primera División. De tomar conocimiento palpable de que Gimnasia lo necesitaba. Más que nunca. Y allí está la hombría, la de no amilanarse por el contexto reinante que, siendo claros, propone una perspectiva enormemente negativa para las aspiraciones del Lobo de quedarse en la máxima categoría.
El proyecto de Cappa seduce, claro está, pero la imperiosa necesidad de puntos marcará la agenda para el próximo semestre. El retorno del ídolo moviliza todos los estratos de la institución. Basta con ver una práctica para determinar la masiva movilización popular dando la cara por el club en esta encrucijada. Guillermo, más allá de sus cualidades técnicas, y teniendo el factor edad como crucial, propone un lema reunificador, de que su presencia salve las diferencias para que todos, absolutamente todos, remen para el mismo destino. Ese aporte vale más que lo que pueda hacer en la cancha. Mucho más.
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