domingo, 12 de agosto de 2012

Cinco minutos


Mucha lluvia, mucho barro, las zapatillas sucias, con tierra acumulada, la niebla más espesa que de costumbre. No encontrar las llaves, palparse el pecho, el culo, hurgar en los bolsillos del jean, y no están, no están, no están. ¿Te fijaste en la campera?, me pregunta Martina, empapada, con el maquillaje corrido y cada vez con menos paciencia. Siempre odió ese aire de preámbulo que hago de cada paso en mi vida, cargando una ceremonia atrás invisible, para todo su tiempo. Ella odia eso de mí, yo tanto de ella. Me fijo en el bolsillo de la campera y la búsqueda parece en vano, luego giro hacia la puerta de casa y escucho el chasquido, un ruidito imperceptible que venía del agujerito arriba, en el bolsillo ése que no sabe para que lo ponen pero está, abro rápido el cierre y ahí están, esperándome salir a la luz. Pasaron como 5 minutos, un tiempo prudencial de ceremonia y la cara de Martina ya me habla demasiado. La convivencia no nos es fácil, las rispideces corren a una velocidad insuperable y los aciertos, las miradas cómplices de antes, el sentirnos Xavi e Iniesta ante 80 mil personas van destiñiéndose, no a esas fotos blanco y negro que están tan de modo ahora sino a una decoloración más dramática, más amarillenta, más amarga. Ni Instagram pienso que nos puede salvar. Pienso a esta relación como cualquier pelotudo que leyó dos libros de Economía y tira ante la pantalla, “los precios suben por ascensor, los sueldos por escalera”, con un aura de gurú berrera y olor a comida rápida en plaza Miserere, a una pelotudez que está buena decirla, bueno no importa. En el cliché estúpido hay algo cierto, hay momentos que en que los sentimientos se contraponen, se ponen frente a frente, a discutir, son sentimientos, son esencia de los dos, pero ahí están se desafían en ritmos distintos, en eso pienso cuando hablan de ascensor y escalera, los sentimientos tristes avanzan implacables, los otros, los que construimos durante 3 años y medios están retaceados, no me quieren subir la escalera, no me quieren tomar el nesquik como decía mi abuela. Como que nos falta algo, como que alguien vino una noche, se nos sentó en el borde de la cama con la bata blanca, una sonrisa implacable, sacó la jeringa y extrajo lo que sentíamos uno del otro. Y se fue. Y no nos dimos cuenta, carajo, nadie nos avisó, o no nos pudimos dar cuenta, o peor, no nos quisimos dar cuenta. Pero pienso que al escribir esto, después de tu ataque de llanto, después de decirme que te acostaste con tu compañero de facultad, que se te fue de las manos, que nos estamos yendo de frente contra el paredón, que no me aguanta más, que no te aguanto, que no nos aguantamos, que me vaya, que quiere estar sola. Escribiendo esto desde lejos, viendo la tormenta terminarse, ya vislumbrar algún rayo de sol, sólo pienso en reconstituirme, en acomodar las partecitas, paulatinamente, en ése preámbulo que quiero para mi vida, donde ojalá, debo admitirlo, estés vos.

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