Lo que importa es la intención

Muy pertinente la columna de Cristian Grosso en el diario La Nación de hoy refiriéndose a la capacidad ofensiva que muestra partido tras partido el técnico de Estudiantes Diego Simeone. Un claro ejemplo fue el pasado domingo poniendo 4 delanteros faltando escasos minutos para terminar el partido, que resolvió con una intervención de un delantero que estaba en el banco. Aclaro que no acepto totalmente la idea de que si ponés más atacantes vas a ser ofensivo, pero la intención vale. Y mucho. En tiempos de excesivo cuidado, de un pánico irrepetible al verbo perder, es loable una vocación ofensiva, de ganar con buenas armas, objetivo que se podrá lograr o no, teniendo en cuenta lo disparatado que es este deporte. Como titulo este post, está bueno jugarse por una intención sana.

Cuando casi todas las tendencias están gobernadas por el miedo, Diego Simeone llegó para recordar que hacia el título es aconsejable transitar desde el apego a los riesgos. Sin lirismos ni bohemia. Pero también sin demagogia. Porque muchos entrenadores pueden apelar a cambios efectistas en el cierre de un encuentro para congraciarse con sus hinchas, dejando en evidencia que estaban más pendientes de lo que se diría de ellos que de las reales urgencias de su equipo. Nada de conductas suicidas, pero el liderazgo exige decisiones tan inmediatas como valientes. Orden es una de las palabras favoritas de Simeone. Es que el fútbol necesita orden, inexorablemente. Pero como punto de partida y no como absoluta prioridad, porque el orden tiende a prohibir. El Cholo construyó un equipo solidario sin resignar atrevimiento. Una tarde en el country de City Bell, él explicaba cuál sería el punto de sublimación en su nueva profesión: "El mayor objetivo de un entrenador es que el equipo juegue como él lo sueña sin que los jugadores se den cuenta. Que ellos respondan naturalmente a su espontaneidad, pero haciendo lo que uno quiere" . Misión cumplida y en tiempo récord. Así como históricamente cada presunción negativa alrededor de Racing suele responder a los peores designios, hoy con el Pincha ocurre lo contrario: lo sobrevuela un halo protector que siempre parece encaminarlo hacia buen puerto. Es tan fértil el momento de Estudiantes que tras sus pisadas podría crecer un vergel. No es casual: más allá de sus recursos, desborda convicción. La mente persigue decisión, porque la duda es la peor enfermedad de los juegos competitivos. La duda paraliza. Si el desenlace de un campeonato produce angustia y no rebeldía, eso se traduce en desconcierto. No se puede jugar -menos, ganar- desde el sufrimiento. Allí surge el entrenador en su máxima dimensión; es él el dueño de los mensajes que entrega un equipo. Y la voracidad en la búsqueda es innegociable para este hombre de 37 años que recogió lo mejor de Basile, Bielsa, Bilardo, Passarella, Eriksson, Antic y Luigi Simoni, los principales técnicos que influyeron en sus días como volante. Simeone era un futbolista inclaudicable, corajudo, generoso y sapiente. Contagiaba una épica que ahora como entrenador quiere ver transformada en epopeya sobre una cancha; entrega hasta el desfallecimiento, arrojo hasta la inmolación y astucia, que debe ser uno de principales condimentos si un equipo aspira a instalarse en el recuerdo.