Diego, siempre Diego

Sí, camino por el pasillo oscuro de mi casa levantando los brazos eufórico pensando interiormente que este calvario ha llegado a su fin. Que estos dos años penando en las Eliminatorias no podían culminar del peor modo, que ahí sobre el final, cuando más lo necesitábamos apareció, de la nada y sin esperarlo, un resplandor de luz, ráfagas de una ilusión que verdaderamente debe comenzar, en serio, desde el plano organizacional hasta en lo que se desee plasmar en el campo de juego. Que el que la chupen reside en la búsqueda de un enemigo, ese periodismo, ese mal necesario que quizás sea el núcleo por el cual las diferentes patas de la selección se arremanguen y tiren todos para el mismo lado.

Me alegra verlo contento a Diego. Es tema de piel, de fibras íntimas, en esta noche que su cuadro besando la Copa del Mundo brilla más que nunca, que sobrepasa la imagen, que el mito está ahí, golpeado, soberbio, débil, sin ideas, pero que lo vemos, que lo sentimos como propio. Porque Diego es argentino, el gen por excelencia, de lo mejor y de lo peor. De los cambios inentendibles, de una idea de juego que naufraga sin atenuantes, de un ser que lucha diariamente consigo mismo. Cómo no quererte y cómo no odiarte a la vez, cómo explicar este sentimiento de millones hacia una persona.

Sudáfrica nos espera. Un reto que habrá tomarlo con la responsabilidad suficiente comprendiendo que la selección argentina, por historia y presente, está más allá de los futbolistas o dirigentes nefastos de década encimas, que habrá que subirse al tren, comandarlo y posar la mirada en el objetivo primordial hasta el 2010, llegar a lo máximo. Responsabilidad, hombría y trabajo. Lo repetí horas después del partido ante Perú. Lo repito ahora. Argentina adentro. Y hoy me duermo contento.