La imagen repetida. Una y otra vez. Restaba un empate y llegó. La felicidad desbordante de un plantel, ya acostumbrado a las celebraciones al final de la temporada. Como si fuese natural, un ritual que debe cumplirse, casi por obligación. Hablamos del mejor equipo del mundo o de la historia, la discusión está abierta y los argumentos tirados sobre la mesa. Barcelona campeón de la Liga por tercera vez consecutiva. Su título 21 en la historia. Esta versión 10-11 es, sin dudas, la sobresaliente de la dinastía Guardiola. Perfeccionando incluso a la temporada 2009, aquella magistral conquista de la triple corona. La fórmula culé hace que elevemos la vara para medir el rendimiento de “su” Barcelona. Y falta todavía la final de la Champions el 28 de mayo ante Manchester United en Londres. No da la pauta de que haya un techo. Si algo caracteriza a este equipo es el instinto de superación, no lo duden.
Pongamos datos, a ver: 92 puntos. Apenas 20 goles en contra. Mayor goleada de la temporada (8 a 0 a Almería) y otros resultados abultados (el histórico 5 a 0 frente al Real Madrid, 5 a 1 en el derby ante Espanyol, 4 a 0 frente al Deportivo, por citar tres casos). Punteros de la Liga desde la fecha 13, a partir del baile a los de Mourinho en el Camp Nou. Dos goles o más por encima de los rivales, brecha que se acrecentó con el transcurso de las fechas. Sólo Real Madrid, con campaña de campeón, vale aclararlo, logró perseguirlo hasta el final. Nivel de juego perfecto, empezando a enumerar con Messi, Xavi, Iniesta, Villa, Pedro, Keita, Busquets, Dani Alves, Piqué y pasarían los renglones nombrando a otros valores, encajados a la perfección por un entrenador que conjuga profesionalidad con libre albedrío, que otorga a su equipo protagonismo juegue donde juegue y donde la pelota al ras es religión, no existe otra forma de coexistir en la cancha. La automatización cargada de libertad, suena contradictorio pero es así este Barcelona.
Que Leo se entiende con Alves, que Xavi con Iniesta, que Pedro con Villa, que todos se entienden con todos, que todos sienten el fútbol del mismo modo. El ADN blaugrana habla de esto, de una identificación perenne, un sello imborrable. Pep representa ese sentimiento como nadie, lo corporiza con sus decisiones, no podría traicionar aquellos mandamientos que recibió cuando era un joven con aspiraciones a debutar en la Primera del Barcelona. Un ejemplo que propaga a su propio plantel, en el fortalecimiento del único propósito posible: llevar al club a lo más alto. Ese sitio que el Barcelona no se baja hace mucho tiempo.
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