Cinematográfica. Así puede ser considerada, desde hace un tiempo atrás, la vida futbolística de Matías Almeyda. Retiros, idas y vueltas, que Quilmes, que Fénix (¿se acuerdan de las expulsiones?), que Noruega, que el Super 8 con retirados hasta transformarse en el emblema de este River que puntea a paso firme en el Clausura y con la maldita Promoción cada vez más lejos. La figura del volante central se sobredimensiona desde la esfera del vestuario, una de las patas claves para lograr objetivos. Almeyda representa un digno espejo para los jóvenes, un ejemplo a seguir. Es, finalmente, ése símbolo que River buscaba desde hace tiempo, el caudillo que no encontraba por ningún lugar. A su vez, se sustenta en el rendimiento que desarrolla en la cancha. Batallador, inteligente y con la clase internacional que supo cosechar en otros tiempos europeos y también vistiendo en otros tiempos la camiseta del millonario. Es el líder con el temple y pragmatismo que requiere el momento de River. Con la palabra justa delante de los micrófonos, vertiendo conceptos claves del propósito que debe cumplir el equipo en este primer semestre. Diciendo la realidad, ni más ni menos. Una conducción vertical realizada desde la dirigencia que llega al cuerpo técnico y por ende al plantel, al que se lo nota conciente de los tiempos reinantes. Almeyda juega como si tuviera 20, refuerza aún más esa concepción que los que juegan bien al fútbol no necesitan ningún tipo de aclimatación. Igual, sin ser ingenuos, observamos en el de Azul una condición física genética pocas veces vista. Seguirá jugando hasta que las piernas le den, admitió hace unos días, cuando se empezó a rumorear una posible renovación del vínculo. Almeyda ama al club que le hizo forjar una carrera y en el final de la misma quiere recomponer en acciones lo mucho que le brindaron a él. En devolución. En un fútbol tan mercantilista, esta relación simbiótica sin plata de por medio resulta extraña, casi irrisoria. Ojalá en las inferiores de todos los equipos haya algún Almeyda adolescente rondando por ahí. Será una buena señal, cómo no.
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