
Un salto a Europa ahora sería perjudicial, un adelantamiento madurativo que no sería acorde a la realidad actual de Neymar, cuya participación en el campo de juego se ve apañada, a veces, por la ausencia de inteligencia y equilibrio emocional en determinados contextos del partido. Falta viveza, saber leer lo que el encuentro va diciendo. No ir al roce físico y verbal sin necesidad. No está para eso.
Hablemos de la técnica. El paralelismo con Robinho resulta inevitable. Mismo equipo, puesto y movimientos similares. Entendiendo la juventud de Neymar, con apenas 19 años y pequeño rodaje en la liga brasileña, al menos se vislumbra una capacidad superadora al actual futbolista de Milán.
Efectivo con el arquero enfrente, imparable en el uno contra uno, exprimiendo al máximo un virtuosismo manifiesto con ambas piernas, las cuales le permite dañar desde los dos sectores. No tiene posición fija. Muy esquemáticamente lo ponemos como segundo delantero pero se maneja en todo el frente de ataque y, si no es abastecido, retrocede para estar en contacto con la pelota. Un movimiento de cintura y el rival queda en el camino. Aporta velocidad y gambeta en conjunción, aunque debe largarla más. Si entiende a jugar a un toque reforzará la supremacía sobre los rivales. Está a otro nivel, al menos en Brasil. Se genera el propio desmarque y siempre asoma como opción de juego potable. Neymar deberá comprender que un crecimiento madurativo lo transformará en un futbolista mucho más completo. Porque, en este loco fútbol, sólo con el talento no alcanza.
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