Recién cuando la señora del almacén le preguntó a mamá por los tíos me di cuenta de que al tío Manuel no lo veo desde hace mucho, no sé cuánto tiempo pero seguro que meses, y es una lástima, Manuel es mi tío preferido porque es el más joven de los tres, sólo me lleva quince años y los otros tíos como veinticinco. Cuando él venía a casa jugábamos un montón; los demás, en cambio, vienen por mamá, pero él venía para verme a mí, yo lo sé, y siempre me traía regalos. La última vez me trajo un pasamontañas.
Ese día, cuando llegó con el pasamontañas mamá lo miró mal y le dijo que ese no era regalo para hacerle a una criatura. Él le dijo que sólo era un gorro, que no le diera importancia. A mí me gustó mucho más que cualquier otro regalo pero parece que a mamá no, porque no le gustaba vérmelo puesto ni quería jugar con él.
Después de lo del pasamontañas el tío no volvió a venir a casa. Ese día jugamos un rato y después no volvió más. Ahora que me acuerdo, para mí ese fue un día raro. Mientras yo miraba la tele y tomaba la merienda, el tío le dijo a mamá que quería hablarle y se fueron a su cuarto, porque seguro no querían que yo escuchara. Después el tío se fue y al rato volvió con un bolso y dos cajas llenas de cosas suyas para guardarlas en casa. Mientras metían todo eso en la piecita de servicio mamá le preguntó qué tenía que decir si alguien lo buscaba y el tío dijo que no tenía que decir nada, o negarlo todo. También le dijo que si la cosa se ponía difícil lo mejor era quemar todas sus cosas. Así lo dijo, con esas palabras que no entendí bien.
Ellos no sabían que yo los escuchaba porque dejé el volumen alto de la tele y me acerqué sin hacer ruido a la piecita de servicio. Para mí todo eso era raro y quería saber.
Jugar al pasamontañas está buenísimo, aunque da calor. Cuando me lo pongo y sólo se me ven los ojos, miro sin que me vean y me siento como un fantasma. Mamá dice que por eso no le gusta, y me lo hace sacar cuando almorzamos y cenamos porque dice que así no se puede, que es mala educación y que además es peligroso porque si me ven con eso en la calle pueden llevarme presa. Entonces papá mira a mamá con esa cara que pone cuando ella exagera y yo también creo que lo dice para asustarme. Además, en la calle no lo uso. Aprovecho cuando mamá se va a trabajar y juego a que tengo que matar a alguien malo que me persigue; entonces me escondo atrás de algo y cuando lo veo venir me pongo cuerpo a tierra para apuntar mejor y que no me pase nada. Cuando lo tengo ahí, disparo y lo mato pero después aparecen más y los mato a todos porque como nadie me ve nadie me reconoce y no pueden defenderse. Si se hace tarde y escucho la puerta del ascensor, dejo de jugar porque seguro es mamá que vuelve del trabajo y va a decir que esos no son juegos de nena.
¿Por qué será que el tío no viene? ¿Mamá sabrá? Para mí que sí, seguro que tiene ver con esas cosas que le guardó en la piecita de servicio. Eso ya pasó otra vez: el tío vino a casa, tomó unos mates y cuando se fue no volví a verlo por mucho tiempo.
Una tarde, antes de que llegara mamá, entré en la piecita de servicio y vi las cosas que el tío había dejado: papeles, volantes y libros. Yo no entendía por qué los libros no estaban en la biblioteca con los libros de mamá, que es donde tienen que estar. Pero bueno, eran cosas del tío y de mamá si él quería tenerlos ahí, metidos en cajas.
Esta noche voy a preguntarle a mamá si sabe dónde está el tío Manuel. Lo extraño. Cuando la señora del almacén preguntó, mamá no dijo nada y yo tampoco pude, porque mamá me golpeó suavecito en la pierna con su pie y eso, me explicó una vez y yo me acuerdo, quiere decir que tengo que quedarme callada.
*Marina Kogan (1982-2011).
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