Rogelio para los amigos

Mientras transcurren estas líneas, Rafael Nadal se ha convertido en el nuevo campeón de Wimbledon tras vencer a Roger Federer en 5 sets, en la definición más prolongada (4 horas, 48 minutos) de este certamen inglés. En el cajón de mi escritorio encontré un diccionario de sinónimos y ciertamente al releerlo me quedé corto para exponer lo que significó este cotejo, sin dudas lo más brillante que se haya visto en el césped londinense. Sin embargo, mi idea no es hablar justamente del vencedor, una locomotora tenística en el modo literal de la palabra, sino del vencido, ese mismo que tal vez mañana no salga en las tapa de los diarios, pero que se merece un reconocimiento acorde a lo que es.

Roger Federer pasará a la historia como el mejor tenista de la historia. Seguramente nuestros nietos abrirán alguna enciclopedia y al repasar la letra F, aparecerá la imagen de este suizo nacido el 8 de agosto de 1981 en la fría Basilea, Suiza. Dicha afirmación traerá cola seguramente para los añejos amantes de este deporte, los cuales podrán retrucarme con total franqueza que lo mismo se decía de Borg, McEnroe, Wilander, Vilas y tantos otros. Siempre se dirá que lo mejor está por venir. Sin embargo, la mixtura de talento, calidad y eficiencia que posee este joven/experimentado que venía de consagrarse en el pasto inglés por quinta vez consecutiva, lo transforman en el hombre que más cerca estuvo de la perfección jugando al tenis.

A partir de estas palabras se denota ciertamente mi admiración profunda por este deportista, un cultor del profesionalismo, siempre sacrificado y ubicado en términos de entrenamiento, declaraciones y rendimientos. Ese mismo que por la misma lógica de la naturaleza mermará su nivel y con los años diga adiós a este deporte. Ese mismo que mostró lo que nadie hizo en una cancha de tenis. Señores de pie que estamos viendo al inigualable Roger Federer. Simplemente, el mejor de todos.