La clasificación del Inter a la final de la Copa de Campeones contiene de por sí varios lineamientos que acceden a la comprensión de, por qué en este momento, el conjunto italiano consolidó el salto que tanto se esperaba que realizara. Luego de años y años siempre rondando en instancias cercanas a la gran final (llegó por última vez en 1972), la mano de José Mourinho, odioso, soberbio, pero con indudables dotes para ejecutar magistralmente a un equipo en el campo de juego, resultó vital para que los neroazzurro saquen los pasajes para la final ante el Bayern Munich, el 22 de mayo en el Santiago Bernabeú.Inter, también finalista de Copa Italia y peleando el Scudetto palmo a palmo con Roma, no tendrá la cualidad de embellecer la mirada, ejecutar un predominio abrumador sobre sus rivales, ni nada por el estilo. Más bien, se edifica con elementos variados, básicamente orden táctico, imprescindible en estos tiempos, líneas bien paradas y en continua circulación, un bloque defensivo sólido (Samuel – Lucio), el mejor arquero de Europa (Julio César) e individuales que sacan diferencias en los últimos metros como Eto`o, Milito, Sneijder o Pandev, por citar algunos apellidos.
Eliminar al Barcelona, el mejor conjunto de los últimos 10 años, no representa sólo la concreción de un enorme triunfo, significa la muestra fehaciente del crecimiento emocional, del carácter de un equipo, multicampeón en el Calcio, que quiere extender las fronteras de su predominio. Mou tiene muchísimo que ver. Impregnó de fragancia ganadora un vestuario de probada calidad pero con pasado de ser emocionalmente intermitente, bramó con su espíritu de confianza a sus dirigidos y así estructuró pieza por pieza para construir un rompecabezas que es finalista de Champions. Nada menos.

























