Y mucho de esto tiene que ver David, amado por su pueblo que valora su infranqueable compromiso con la camiseta argentina en Davis. El punto ante Adrián Ugur, en el que un desgarro en el aductor lo tuvo a maltraer todo el encuentro, otorga matices para comprender la religiosidad y amor propio que el unquillense toma cada serie y que a su vez es respondido por su público. Porque la gente que va a la Davis ama a David. Las tribunas no estarían tan llenas si estuviera un tal Del Potro. Hay que decirlo. No es por generar antinomias carentes de sentido sino una realidad visible. Gestos como los de David el viernes te dan chapa de líder, de fidelidad irrestricta en las masas.
Si el contricante de turno no fuese Ugur, un desconocido que le tembló la raqueta ante la inmensidad del rival que enfrentaba, seguramente el punto no hubiese sido argentino. Es la verdad: David da ventajas con su físico. La calidad de sus golpes, la inteligencia en cada paso dado en el court no pueden descontar los desvaríos que se producen por su aspecto corporal. Más en un tenis como el actual, donde estar bien físicamente resulta la materia elemental. Esto le otorga más sentimiento a la gesta, le brinda un tinte de heroicidad que nos gusta.
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