Yo, apoyando la espalda
contra la pared, en el piso, estirando un poco las piernas, cansado, ojeras,
viernes, con un vasito de café en una mano, con otra removía los dos sobres de azúcar
que le había puesto. Hola, cómo estás, tus cosas, qué estás cursando, sí, esto,
que esta profesora no, que fijate con Otero, que Oliver, que yo estuve tres
años sin cursar, y la pregunta, por qué. No, estuve militando ciento por
ciento, me designaron en la quinta sección y trabajé ahí, militando. De golpe,
me pongo a pensar que hice en estos tres años, enumero en una lista imaginaria,
mental: me recibí, escribí la tesis en tres zarpados meses que ni los recuerdo,
formé pareja, peleé, volví, viajé lo que pude, seguí estudiando, puteé por San
Lorenzo, no nos fuimos a la B,
no me echaron del laburo, me enojo conmigo, mucho, a veces aflojo, fue un
reflejo, un decálogo de ideas que me atravesaban mientras la charla avanzaba
hacia otros destinos. Pero recordaba lo que él me dijo después de la palabra
militar, mirá Adri yo vuelvo a cursar
porque necesito terminar la carrera, es por mí. Y no está mal, hay un instinto de
supervivencia, egoísta ponele, pero genuino a lo humano, todos queremos cumplir
sueños y son propios. ¿Quién te lo puede discutir?
Jodida la militancia
24/7, asfixiante como cada vez que me pongo corbata, siento que me atrapa la
nuez y giro la cabeza de izquierda a derecha y viceversa para que afloje esa
sensación de ahogo, de manos en la garganta, nací con doble cordón y el cuerpo
tiene memoria, amigos. Una polera la soporto unas horas, nada más. Lo hablo
desde el descreimiento, la desazón por los sueños de la profesión, destruida,
insultada, peor aún, desangelada, poniendo los pies en una vereda rota, hecha
mierda, con baldosas que al pisar expulsan suciedad. Pero no me pongo
rencoroso, les juro, hay que soportarse el estoicismo de la libertad poniendo
el pecho, no andar titubeando. Por eso no voy a callar cuando digan que a la
militancia no se la puede discutir porque atacan a mi propia libertad de
pensamiento y eso no se lo voy a permitir a nadie. Y no en aras de ponerme en
compadrito, facón en mano, sino por la razón justa y sencilla de voltear los
conceptos que supuestamente debemos compartir todos y pobre de aquél que digne hacer
alguna pregunta incómoda o pegarle una patada a los conceptos hechos. Algunos
lo hemos sufrido en carne propia, el señalamiento, el dedito en alza, el
interrumpir las clases, que compañero la unión hace la fuerza, que los atropellos
del rector, que esto es insostenible, que los necesitamos compañeros, que
detrás de todo, los mismos veinte ocupan la asamblea que de democrática tiene
lo que yo de Jude Law en Alfie. Un saludo para Jude, mucha facha, chabón. Vos
ibas, aguantabas, mirabas el reloj, esperabas la votación que nunca llegaba, te
ibas, porque uno tiene vida propia, porque tengo que esperar el colectivo,
porque no vivo a la vuelta y ahí sí, con tu partida cansada, aflora el clan
purificado que da rienda suelta a la fiesta de la democracia. Una sarta de
eslóganes para no cambiar nada, porque en el fondo tampoco lo desean, les das
el poder y salen corriendo desesperados por la calle, otra que la maratón de
San Silvestre, quieren seguir como están, ser esa militancia burocrática que
trabaja de eso: de cansar al resto que por propia acción de la naturaleza irán
renovándose, muchos expulsados, algunos, los menos, recibidos, sí, tenías razón Chiqui Legrand, entonces
siempre hay tarea por desarrollar, venderte una revistita, darte volantes en
blanco y negro, hacer un monopolio de las fotocopias, decir el sermón diario; es
fácil reírnos de los Testigos de Jehová, golpeando puertas, esa sonrisa
estándar, las chicas feas, celulíticas, muy fuleras, los chicos con traje,
impolutos, cagados de calor por dentro, pensá un enero en Mataderos, por
Alberdi, dos de la tarde, y ellos en la calle, diciéndose en silencio a quién
vamos a convencer con este puto calor, pero ahí están sostenidos, molestan sí
pero tienen la facultad del decoro, hermosa cualidad, el mundo sería más bello
con decoro, cómo no. Peor es perseguir a una chica por media cuadra desde
Rivadavia y Entre Ríos con revistas en manos y la chica diciendo no, no, me
tengo que ir a la facultad, no, te agradezco, me tengo que ir, no llego, no,
no, gracias y la insistencia, que el gobierno kirchnerista, que Macri, que el
imperialismo, que Obama, todo para que la solución sea el Partido Obrero. Pero
boludo la mina se tiene que ir, debe resolver cosas más importantes que
escucharte, tal vez la espera un amante, novio, casado para coger, no la jodas,
no limosneen migajas ideológicas, tomá un minuto de caballerosidad, no vale
atormentar en esto, verlos allí en la esquina mirando cuál será la próxima
víctima, y sí, te volvés atrás y agarrás otra calle o me vuelvo a mi casa,
mejor, me vuelvo. Generan espanto, el “uy, éstos otra vez”, si la gente pensara
eso de mí no saldría por meses del departamento de mi terapeuta. Dignidad,
viejo.
Y los veo como
soldaditos, pecheras en mano, y el verso de la organización, qué usamos esto
para la eficacia de los procedimiento, para ayudar a los más desposeídos, el
bla, bla, bla, todo un aprovechamiento político de la desgracia ajena, de los
muertos ahogados, electrocutados, fríos, duros, pero siempre algún voto podemos
rescatar hasta en tiempos de tragedia. Dale que va. De los machitos de turno
que se plantan a la cámara como guapos, pero que bien sabemos que solitos, mano
a mano, ni a regañadientes van a bancar dos minutos, tres como mucho. Nosotros
esperamos, mientras, calmos, seguros, esperamos. Estamos cansados, porque hay
buena fe en los chicos, forman sentido a su manera, lo expresan, serán
ampulosos en los gestos, todos los fuimos, contemplan una realidad a
determinada edad, que se reformulará con el tiempo pero no queremos que sean
aprovechados como mano de obra barata sino como un factor de crítica y nuevos
paradigmas, la juventud es eso. No berreteadas.
Esto no es una oda al
individualismo, no nos corran con los noventa, por favor, estaba en la
primaria, comprando caramelos y naranjú que valían diez centavos en el kiosco
del Luján Porteño, mi único deseo era jugar al Sega y que se hicieran las seis
de la tarde para el café con leche de mi vieja. Nada más. No fui cómplice,
tengo testigos. Quizás pintamos un escenario utópico pero quisiéramos una
militancia activa, que pregunte, pregunte, cuestione, que no sea un público de
fútbol, porque a la política no se la banca con trapos, cantos o tatuajes
porque en ese tren entra la irracionalidad, yo a San Lorenzo le puedo soportar
todo, que me falle, que juegue horrible, qué se yo, tantas cosas, pero lo amo y
punto, no se discute más, pero a un partido político, proyecto, lo que sea,
pondría mis reparos, no iría tan míope a donar mis palmas a algo que puede
transformarse en el tiempo, me cuidaría, por cuidarme las espaldas, para resguardarme
en tiempo futuro de no haberme mandado ninguna cagada, porque está bueno mirar
a la cara y más si tenés pibes y no deber nada, que los chicos tengan orgullo
por vos es un lindo placer. Ir ciego a ningún lado maestro, se me representa el
espíritu de Maradona con esa frase, “no, maestro, lástima no se le tiene a
nadie”. Esto sería algo similar. Yo milito con la escritura, en leer este texto
infinidad de veces, en decidir qué palabra uso y cuál no, qué recurso puedo
implementar para sacudirte más la cabeza, uno milita en eso, cree
fervientemente en la libertad expresiva para transformar en palabras lo que
corre en cada milímetro de fibra, que me hace expulsarlo, contradictorio,
progresista, conservador, variable. Nada es tan grave si se puede hablar o escribir,
¿no? En plasmar opiniones que quizás no estés de acuerdo o sí, pero nunca
callándonos, yendo por más, porque queremos vivir mejor, ver a nuestro
alrededor situaciones agraciadas, sueños que se cumplen y no que se arruinan en
un puñado de segundos. Cada cosa que hacemos es por este noble objetivo y no
esperar a que nos digiten la vida. Qué derecho tienen para hacernos este daño.