lunes, 1 de abril de 2013

1000 caracteres


Movió la cabeza con suma lentitud, sonriendo y transpirando. Martín pegado al celular había avanzado un nivel, un juego de dos tipos que manta en mano debían empujar a una chica que saltaba desde una tarima y rebotar contra manzanas, peras y bananas y así sumar puntos. Desde hace tiempo aguardaba superar el anteúltimo nivel, tiempo desperdiciado en subtes, en la línea B, colectivos, fija la vista en la pantallita, esperando a llegar a los 3000 puntos deseados. No lo conseguía hasta ese break en la oficina, en este marzo húmedo, pleno microcentro, las ventanas abiertas hasta un tope, su compañera Mariana leyendo Twitter, la oficina con papeles, biblioratos, carpetas abiertas, martes a la tarde, oficina pública, no mucho más que hacer. Mariana tiene días, a veces que se viste como una princesa, pintada, ropa piola, moderna, los labios gruesos, buenas piernas, imaginamos buen culo, otras que se pone lo primero que ve, algo paradójico arranca la semana vistiéndose bien y ya llegando al jueves y viernes decae abruptamente. Hasta llegó a venir con jogging. Será el cansancio, el trajinar de los días que le genera esto, nunca se lo preguntó. Mariana sale con un tipo casado, de buen pasar, le banca el departamento, dos ambientes, bonito, Coghlan, pero se sabe, el tipo no se va a separar, promete, promete, una generalidad pero Mariana anda por los treintipico, le afloró el instinto de maternidad, lo niega en conversaciones pero anda subiendo fotos de bebés al Facebook, las amigas se van a vivir en pareja, plaf, de golpe hijos, y todos queremos ser distintos a la mayoría, pero en el fondo somos gente de comunidad y necesitamos las mismas características, hablar de idénticos problemas boludos. A Martín le pasó lo mismo, por eso la comprende aunque la relación con Laura ya no es la misma, nunca fue la gran cosa, después de cinco años menos. Disfruta como nunca cuando se duerme y puede engancharse con alguna peli en el cable. El otro día vio “El luchador” con Micky Rourke y se quedó hasta las tres de la mañana. Ama el cine, su única válvula de escape en su vida, además de su hija. No para de ver “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”, la tiene en DVD, siempre en un tiempo libre la ve, al menos un rato, hasta se ha masturbado pensando en Kate Winslet, pintada de azul, qué importa. Es su fetiche esa película. Le gusta Mariana, su vestir racional e inexplicable, su olor a café, sus manos, tal vez el encierro de ocho horas en esa oficina, tal vez la idea de imaginarse otra vida, otra mina acostada en su cama, pero también por dentro piensa que Mariana es un quilombo caminando, que él está casado, ella cómoda con la guita del casado pero sí, Martín, un polvo, algo distinto. Desterró el sueño del yate rodeado de putas, el recibo a fin de meses lo volvía a la realidad. Lo que sí es que había algo que unía a Martín con Mariana, eran dos bombas a punto de explotar, volcanes ahí de la erupción, cada uno con distintos motivos pero un mismo fin. Mariana no aflojaba con Twitter, Martín se había hecho una cuenta, no le interesaban las redes sociales, pero de vez en cuando revisaba su cuenta para saber que ponía, links de música, chistes internos con otras amigas, y muchas fotos de bebé, y respuestas con corazones, hermoso, divino, potro, potra, mi vida, mi amor, y todo eso que le suelen poner a los bebés por más que ellos no sepan leerlo. Martín admite para dentro que la paternidad no le trajo mayor clemencia a esos dichos pero también entendió que la crianza no es tan fácil y que cada uno la lleva como puede. Es un retrato de la vida. Ya superado el nivel, volvió a la pantalla principal del celular, la alegría que lo embargaba no debía decantarse con una desilusión al ingresar en el último y nuevo nivel. La felicidad hay que disfrutarla, darle su tiempo a que madure. Mariana seguía en el Twitter, en el escritorio fotos de vacaciones, Brasil, Córdoba, las mismas amigas, algunas más jóvenes, otras más cercanas. Al costado los restos de ravioles con pollo en ese plato de plástico más una botellita de agua saborizada. De golpe, Mariana alejó su mirada de la pantalla y lo miró:

-          ¿Qué me mirás nene?
-          No, nada, no parás con el Twitter, vos
-          Y sí, si no pasa nada acá y están a full con un hashtag de mejores insultos, no paro de leerlo.
-          ¿Qué es hashtag?
-          No entendés nada, Marti.

Lo llamaba siempre así, Marti, la oficina de ellos dos, esos cubículos, la del jefe, ahora de vacaciones, más atrás. Mariana siguió con Twitter. Martín decidió estirar las piernas en otra silla y reclinar la cabeza, no tratar de pensar tanto la rutina, que en un rato tenía que pasar a buscar a Lu al jardín, de volver a casa, de volver a lo mismo. Volvió a soñar con la lancha, el yate, las putas, pensarla a Mariana dentro del grupo, verla en bikini, en cuatro, confirmar si tenía el buen culo que pensaba, mientras la otra seguía twitteando. Esa sensación de mitad de camino, sin fortaleza para cambiar el rumbo, ni ganas de llegar a nuevos destinos, tampoco de retornar con fuerza al inicio. Esos pequeños espacios temporales hacían surgir en Martín este tipo de reflexiones, casi siempre la realidad lo volvía a foja cero, a volver a pensar lo mismo y así sucesivamente, sin más respuestas. Lo difícil de moverse desde una falsa comodidad, un instinto de conservación irreal, anodino. Serán mesetas eternas, estar en la mitad de la u, nunca llegar más alto. Salió de la oficina, avisó a Laura que estaba metidísimo de trabajo, que vaya a buscar a la nena, que iba a llegar más tarde. Se fue con Mariana a un bar de la calle Reconquista. Por primera vez le hizo caso a los consejos mentales. 

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