lunes, 27 de agosto de 2012

Va


Los recuerdos se entrecruzan, van, vienen, Nicolás sale del trabajo, cruza la calle y se pone los auriculares, después de tanto acorde desajustado necesita armonía, un sonido desapegado a lo que adquirió su oído en todo este tiempo. Ése tiempo olvidable. La música como estabilizador, una balanza en constante equilibrio, que no se va para un lado ni para el otro, oscilante para aquí y para allá, como en una sucesión adormecedora. Una hamaca paraguaya, ponele, como ésa que usó esos días en el Delta, el verano de hace un par de años, flotando entre la naturaleza. En el caminar, en el pisar el suelo repasa los hechos que lo ataron a esa realidad, el por qué tomó estas decisiones, en qué momento estaba para hacer lo que hizo. La pregunta lo dignifica, tiene la valía de hacérsela, otros, pensó, ni empiezan por ese proceso, no les interesan, siguen atados a esa proporción mediocre de juntar las cositas, aferrarse a lo material, a un puchito de guita, a la queja sobre el exterior, siempre culpable de todo, también se acuerda de su viejo que le decía que la mortaja no tiene bolsillos. Cuánta razón tenías viejo, piensa. Muy pocos hacen lo que desean en el momento justo, la ausencia de inconsciencia imposibilita cualquier arraigo personal que salga fulgurante a la palestra. Olvidate que suceda eso, qué mundo de mierda, qué personas de mierda somos, andamos desaprovechando potencialidades en lo banal, en el expediente que nada va a cambiar, en las discusiones absurdas que no construyen ni una pared de ladrillos de medio centímetro. Y va, sube por Rivadavia observa todos los carteles de publicidad, los más llamativos, los papeles pegados en los escasos teléfonos públicos ofreciendo sexo, todo una mercancía al alcance, hasta vos, porque sí, porque vos más barato o más caro también tenés un precio, pasa por Primera Junta, recorre los puestitos de libros, se imagina trabajando ahí leyendo todo como un enfermo que poca bola le daría a los clientes y trataría de levantarse a cualquier pendeja que apareciera, demostrar la seducción desde lo intelectual, el combo perfecto, llega a Flores ve cómo los autos se amontonan, que la circulación se convirtió en ida y vuelta, que los autos siguen, doblan, como la vida es también un poco de esto, a veces seguir, frenar, doblar o irse de frente contra un árbol. En la bolsa de posibilidades encontramos todo, infinitas combinaciones de la existencia, que debe entenderse como libertad o nada, no pueden ni debe haber puntos intermedios en esta dicotomía. O sos o no sos, no le demos más vueltas. Entendió el mensaje, no podía más tolerar que le digitaran la vida, que enhebrara con culpa cada una de las acciones, ya no quería volver a atormentarse. El de atormentar es un acto aberrante si se ejecuta desde tal sujeto a otro, pero mucho más aberrante y complejo es hacérselo a uno mismo, tiene otra connotación más sádica, más jodida en solución.  Sintió el viento en la cara, resopló y descontaminó su cuerpo, aspiró nuevas energías aunque supiera que se le acabarían enseguida, como un artefacto sin baterías, que daba lo que podía, que era hora de reinventarse, como sea.

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